jueves, 8 de noviembre de 2007

BOHEMIA CAFE

He aquí algunas imágenes de nuestra tertulia en un local encantador de Barcelona:
8 de noviembre de 2007


José Ignacio (de espaldas) exponiendo, con la riqueza expresiva y la precisión que le caracteriza, su análisis -certero, vale decir-.

José Ignacio García Martín es autor de "Bolero envenenado", la última novela publicada por Hijos del Hule.

La tarea fotográfica corrió a cargo de la dama con el sueter azul, Amalia Datzira, escritora y estimada amiga, que trajo su digital. Una servidora aún anda con una Nikon compacta, último modelo, de... 1995.

Nota: Amalia Datzira es autora de "El fill de l'explorador", L'aventura d'una mare soltera als anys setanta

(Llibres de l'Índex, Ediciones de la Tempestad, S.L., Barcelona)




Rosa Mari y David. Aquí mi amiga poetisa, me "bombardeaba" con preguntas acerca de los rasgos de "mis" personajes. Espero que su curiosidad haya quedado satisfecha... por ahora (porque a la sensibilidad de Rosa Mari no se le escapan los detalles, precisamente).





Viendo ahora la fotografía de la derecha, tengo la sensación de haberos abrumado con tantos "papeles". Si fue así, os pido disculpas.




Isabel, Teresa y Carmen, siguiendo con gran atención mis siempre prolijas explicaciones. Gracias...





Hallaréis muestras del trabajo literario de Teresa Esmatges y de Carmen Castañer en el libro de relatos "Qué me estás contando", Editorial Hijos del Hule, Barcelona. También en esta misma Antología, relatos de Gemma Solsona y de Tebu Guerra (en primer término, de espaldas, en la foto que cierra esta serie).


Agradezco a todos y a cada uno vuestra presencia y vuestra participación. Sin ello, la charla, sencillamente ¡no habría sido posible!

En nombre de todos los asistentes, agradecer a Tomás, del Bohemia Café, su discreta profesionalidad trayendo y llevando copas, botellas e infusiones, deslizándose entre las mesas con la eficiencia sigilosa de un gato ¡Gracias Tomás!

A los que aprovecharon la circunstancia para llevarse un ejemplar de "Mal negocio" -y posteriormente leerlo-, un saludo afectuoso con el deseo de que les haya resultado ameno.

Por supuesto que vuestros comentarios sobre la novela serán siempre bienvenidos.

¡Hasta pronto!... espero.

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martes, 6 de noviembre de 2007













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Fragmento


“Abrimos una, abrimos otra, y otra, y otra, y otra, y llegamos al fondo; donde encontramos a un hombre empequeñecido y desalimentado a consecuencia de una adicción que trastorna su comportamiento. Cuando alguien tan grande es a la vez tan pequeño. Mal negocio... “
(fragmento)

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PRESENTACIÓN DE LA NOVELA "MAL NEGOCIO" (El Corte Inglés)


La presentación de la novela Mal negocio, de Rosa-Maria Torrent Puig, fue en El Corte Ingles del portal del Ángel en Barcelona, Sala Àmbit Cultural, el Miércoles 29 de Noviembre del 2006.

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AGENDA ÀMBIT CULTURAL

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Rosa-Maria Torrent Puig


LA AUTORA:
ROSA-MARIA TORRENT PUIG nace en Barcelona en 1948. Realiza estudios de Comercio e idiomas; con posterioridad cursa Bachillerato y se licencia en Derecho, ejerciendo en la actualidad como abogado independiente.


Interesada por las personas: por las vivencias, experiencias y conflictos más cotidianos del ser humano, curiosa e inquieta y adicta a la lectura desde la primera infancia, le seduce escuchar y contar historias. Se matricula en Aula de Escritores y descubre el placer de escribirlas; se pone a ello, habitualmente, a las cinco de la mañana.

Su novela “MAL NEGOCIO”, editada por Hijos del Hule (Barcelona), es presentada por Lluc Berga (Editor), Carmen Salas (Periodista) y Ana Mª Albace (Psicóloga) en El Corte Inglés de Av. Portal de l’Angel, Barcelona, en Noviembre 2006.
Entrevistada en d9 Radio, 100.4 FM, programa: “Tapas con letras”, el 20 de febrero; en Radio Kanal Barcelona, 106.9 FM, programa: “Dones, amb majúsculas” el 19 de marzo y en Radio Vilamajor, 98.0 FM, programa: “Especial Sant Jordi” el 21 de abril de 2007.

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CHARLA-TERTULIA SOBRE MAL NEGOCIO

CHARLA—TERTULIA SOBRE LA NOVELA

MAL NEGOCIO,
de Rosa-María Torrent Puig

Jueves 8 de Noviembre del 2007 a las 19:30 h.
en Bohemia Café, C/ Diputación 174. Barcelona

Estáis todos invitados!!!!



Presentación de MAL NEGOCIO, novela de Rosa-Maria Torrent
Texto de Ana Mª Albacete (Psicóloga)


Cuando tenemos un libro en nuestras manos damos inicio a un juego de trueque: yo te doy, tú me das. Nosotros, tiempo. La lectura, distracción, enseñanzas, sentimientos. Las palabras mueven cualquier fuerza posible para incitarnos a entrar y recorrer con ellas todas las páginas. “MAL NEGOCIO”, la novela corta de Rosa-Maria Torrent, nos provoca ese primer paso. Con un título tan sugerente nos propone una versión de la existencia de una adicción que conlleva mentiras, ausencias, viajes, impagos. Mal negocio...

Para nuestro protagonista, la vida en el bufete de tía Mercedes discurría con tranquilidad y sin sobresaltos. Pero la llegada del enigmático caballero alemán, Ernst Lang, y el misterio que envuelve la relación que mantiene con su tía, provoca en el joven un interés especial y una insaciable curiosidad que lo arrastra a una realidad desoladora, en la que descubre el lado más humano y frágil de su tía. Mal negocio...

En esta novela, Rosa-Maria Torrent nos habla de relaciones interpersonales que semejan a una “Matrioshka”. Esta muñeca rusa, la “Matrioshka”, se va cubriendo de nuevas capas, de nuevas muñecas. A través de un personaje físicamente corpulento, descubrimos qué queda al ir quitando todas las capas de relaciones y vidas de las que se ha ido nutriendo. Abrimos una, abrimos otra, y otra, y otra, y otra, y llegamos al fondo; donde encontramos a un hombre empequeñecido y desalimentado a consecuencia de una adicción que trastorna su comportamiento. Cuando alguien tan grande es a la vez tan pequeño. Mal negocio...

Desde aquí os invito a todos a que entréis en el gabinete de tía Mercedes y conozcáis al señor Lang, y descubráis si tiene razón o no nuestro protagonista cada vez que le augura a su tía, un MAL NEGOCIO.



Aula de Escritores-Editorial Hijos del Hule
Dirección: c/ Sant Lluís nº 6, bajos - 08012 Barcelona
(Estamos en el barrio de Gràcia, muy cerca de los cines Verdi Park)
Teléfonos de contacto: 932102568 / 677727998
www.auladeescritores.com
E-mail: info@auladeescritores.com

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PRIMER CAPITULO DE MAL NEGOCIO

- I -


La “Oktoberfest” de Calella estaba a punto de comenzar y los preparativos se ultimaban dentro de la enorme carpa.
Las banderas que presidían puestos y casetas identificando las distintas regiones cerveceras, al igual que los vestidos tradicionales de las damas que iban y venían con un revuelo de faldas, contrastaban con el gris plata que el cielo otoñal prestaba al mar aquella tarde.
El fragor de las olas rompiendo a lo largo de la solitaria playa, semejante al profundo lamento de un coloso, llegaba nítido a la carpa desde donde el entrechocar de barriles y el crujir de las maderas al ser fijadas a martillazos, parecían querer acallarlo.

Aquella tenía que ser una gran noche para la comunidad de alemanes allí residente que, gozosa en su jubilación, se disponía a mitigar la añoranza consumiendo cerveza, patatas y salchichas como mandaba la tradición germana.
A mí no se me había perdido nada en Calella, pero como podía acarrearme perjuicio zafarme de las órdenes sutilmente sugeridas por mi tía Mercedes, acepté en su nombre la invitación que le había hecho Ernst Lang, viejo cliente del despacho. Aún siendo yo su único sobrino, en modo alguno me interesaba granjearme su descontento.
Los cincuenta y cinco kilómetros que separan Barcelona de Calella habían sido un puro paseo. Relajado, tras una conducción tranquila, había llegado a la hora prevista, ya que en el mes de octubre y por la tarde no son tantos ni tan descomunales los atascos de tráfico que se forman en la carretera de la costa.
La formalidad y precisión del Norte, de las que todavía quedaban trazas en una persona como Ernst, me estaban fallando, ya que pasaban más de cuarenta minutos desde la hora acordada para nuestro encuentro en “Can Xena” y Ernst Lang aún no se había presentado.
Mi extrañeza por el retraso de Ernst, me trajo a la memoria otras actitudes sorprendentes de aquel hombre. Así, mientras le daba vueltas al azúcar del segundo café, mi mente comenzó a girar alrededor de mis recuerdos sobre aquel peculiar personaje.

* * *

Vi a Ernst Lang por primera vez hace unos tres años, cuando mi crónica necesidad de dinero por la escasa venta de mis cuadros me llevó al bufete de tía Mercedes, quien precisaba a su vez un auxiliar de confianza.
El señor Lang había pedido una cita y a las seis en punto llamaba al timbre.
Aquel pedazo de hombre con sus casi dos metros de altura y más de ciento veinte kilos de peso, se movía con gran agilidad en sus sesenta y cinco años. Igual vivacidad tenían sus gestos y sus ojos, que pasaban de un objeto a otro sin posarse en ninguno, rehuyendo un tanto la mirada frontal.
En cuatro zancadas y con una cortés inclinación de cabeza, se introdujo en el despacho de tía Mercedes.
Yo no tenía gran cosa que hacer, por lo que me dispuse a dedicarme al archivo y, de pasada, a la escucha de lo que pudiera llegarme, ya que el pastón que pagó mi tía para insonorizar las paredes, devino casi inútil por la escasa habilidad del carpintero al construir y ajustar la puerta.
Las inaudibles preguntas de mi tía y mis obligadas idas y venidas de los archivos dificultaban seguir el hilo del asunto. Lo único que oí, en un discurso que duró una hora larga, fue la voz de Ernst Lang, tan contundente como su figura. Pude hacerme con algunas de sus frases.
—...es lo del juzgado; la cantidad es correcta según los extractos...
—. . .
—Sí, sí, las cifras son correctas; las comunicaciones son muy caras en España...
—. . .
—Verá... uno intenta rehacer su vida y hay que andar con los tiempos, pero esto se acabó. Tenía que pararlo.
—. . .
—Siempre cumplo mis compromisos, soy un hombre de palabra...
—. . .
—El piso es mío. Tenía una casa en Frankfurt y la vendí... con la mitad y lo pagué al contado. No tengo otra vivienda.
—. . .
—Bueno, sí, de otro banco... una carta por burofax, pero menos, aquí menos; sólo unos 30.000 euros.
—. . .
—Sólo con mi pensión no puedo... hay unos fondos pero no ha llegado el vencimiento... de momento... con otros bancos. Tengo otras tarjetas.
—. . .
—¿Todo esto? bueno, lo más pronto el martes; antes no puedo. Ya se lo traeré.

* * *

Acabada la entrevista, ella le despidió en su puerta y Ernst Lang se me acercó para pagar el importe de la consulta.
Sacó del bolsillo del pantalón una abultada cartera que desplegó sobre el mostrador. ¡Menudo tríptico de plástico! ¡Qué explosión de color! Había unas treinta tarjetas.
Ernst Lang, con movimientos rápidos, pasaba los dedos de una tarjeta a otra, deteniéndose un fugaz instante sobre algunas de ellas hasta que extrajo la que me extendió y que fue rechazada por el terminal.
Parecía que nos había alcanzado una mala racha, porque era la tercera cuenta que abría en negativo aquella semana.
—No me la acepta, señor Lang... lo siento —dije devolviéndole la tarjeta con mi mejor sonrisa.
No sé si fue porque notó mi aire socarrón o si fue porque le divertía muy poco el asunto, pero los escurridizos ojos azules del alemán tomaron el color y la fuerza del acero. Me clavó las pupilas, frunció el ceño y apretó los labios. Inclinó el cuerpo y bajó la cabeza a la altura de la mía mientras su tez clara se teñía de grana. Conforme él se expandía, yo me encogía y tragaba saliva.
—El martes por la tarde, a las cinco cuarenta y cinco, volveré para pagar la visita —dijo—. Buenas tardes.
Y salió cerrando por sí mismo la puerta con notable energía.
Tía Mercedes se acercó a mi mesa con lentitud, mientras ojeaba un puñado de papeles que después resultaron ser contratos y extractos bancarios.
—Vendrá el martes a pagar la consulta —dije—. Creo que tiene poco dinero —aventuré a comentar.
—Poco dinero y muchos problemas —musitó ella, sin apartar los ojos de aquellos documentos.
«¡Mal negocio, doña Mercedes!», pensé.

* * *

Mi tía se encaminó de nuevo a su despacho y cerró con suavidad la puerta. Yo abrí la ficha, preparé la carpeta y la hamaca de archivo para el nuevo expediente y tras una discreta ojeada al reloj me dispuse a echar el cierre en cuanto a mi jornada. Además era viernes y mis neuronas pedían a gritos actividades más estimulantes.
Como de costumbre, al llegar aquella hora, tía Mercedes inició el ritual diario en la sala general: activó el contestador, apagó la mitad de las luces y tras dirigirme media sonrisa y un lacónico «¡Hasta el lunes!» se dirigió de nuevo, en forma pausada, hacia su despacho donde, seguramente a falta de algo mejor que hacer, se quedaría, como era habitual en ella, hasta las nueve de la noche.
Fuese el fin de semana, fuese el mismísimo mes de agosto lo que tuviera por delante, tía Mercedes no alteraba ni su ritmo ni su costumbre. Alcanzada la edad madura, los rasgos de su carácter se habían acentuado. Seria, metódica, reservada y serena, toda ella emanaba sobriedad y fortaleza pese a su apariencia física insignificante. Su única belleza eran unos grandes ojos negros, inmensos y profundos, que no habían perdido ni pizca de magnetismo aún detrás de aquellas espantosas gafas de carey.
Cerré la puerta tras de mí y cogí el ascensor. En los escasos instantes que duró el descenso, practiqué el saludable deporte de la desconexión total y al pisar la acera me habría liberado por completo de no haber sido porque al pasar junto al Banco de Santander, tras el cristal, vi a Ernst Lang.
Estaba allí dentro peleándose con el cajero automático. Tecleaba como un poseso. Dio un puñetazo sobre el lateral del cajero. Se abalanzó para mirar de hito en hito la pantalla mientras sus dos manos se apoyaban con fuerza en los costados de la impertérrita máquina. Era un cuerpo a cuerpo, un enfrentamiento de bisontes. Retiró la tarjeta de la ranura e introdujo otra. Sus dedos pulsaban con tal fuerza las teclas que parecían querer taladrarlas.
Preferí desaparecer de su radio de acción. Crucé la calle y cambié el rumbo, perdiéndome entre la multitud de paraguas que guarecían a los transeúntes de la inclemente lluvia otoñal que estaba cayendo y que parecía querer arruinar mi vieja chaqueta de pana y mis zapatos de ante.

* * *

El martes siguiente, al abrir la agenda de visitas, regresó a mi memoria el episodio del señor Lang al ver anotado su nombre entre las citas previstas para la tarde.
El reloj de pared de la sala señalaba ya la hora acordada: las cinco cuarenta y cinco. Ernst Lang aún no había llegado. Quince minutos más tarde oí pararse el ascensor y tras unos segundos sonó el timbre. «¡Ya está aquí!», me dije, y abrí la puerta ensayando mi más simpática sonrisa.
No era Ernst Lang. Era un casco detrás de un centro de rosas, bueno, era un mensajero que, tras el plástico rígido que cubría su cabeza, farfulló el nombre de mi tía. Le franqueé el paso. En una mano la maceta, en la otra un abultado sobre grande y en la espalda una mochila. ¡Jesús, que cuadro! Firmé el albarán del talonario que me tendió aquel nuevo Strogoff y que sus manos torpes, cubiertas de gruesos guantes, devolvieron a su mochila mientras bajaba a escape por la escalera.
Cuando ya había asido el tiesto y el sobre para llevarlo a tía Mercedes, ésta salía de su despacho.
—¿Qué es esto? —preguntó.
—¡Flores! —dije.
—Ya veo... —respondió, sin mover ni una pestaña.
—¡Y papeles! —añadí.
—Trae —ordenó mi tía al tiempo que tomaba el sobre, ignorando el guiño con el que me atreví a acompañar mi sonrisa.
—No llevan tarjeta... —dije, mientras remiraba entre los tallos.
Tía Mercedes abrió el sobre y extrajo un pliego de documentos encabezados por un sobre blanco, más pequeño, que estaba unido con un clip al primer grupo de papeles. Rasgó el pequeño sobre con cuidado; sacó unos billetes doblados en dos y un tarjetón de cartulina color crema. Me alargó el dinero mientras leía las palabras escritas en aquella nota.
—Es del señor Lang —dijo.
—¡No viene! —apunté.
—Llámale y cuando lo tengas en línea me avisas —indicó mi tía, sin más comentarios.
Debo añadir en este punto que siempre me ha producido cierta incomodidad ese modo de ser, esa lejanía, esa ausencia de vibración emocional de tía Mercedes.
—Las flores, ¿dónde? —pregunté.
—En la entrada o en el mostrador, por favor —contestó, mientras se encerraba de nuevo en su despacho.
Los demás clientes fueron llegando a su hora. Entre visita y visita, llamé repetidamente a casa de Ernst Lang y no le encontré. Salía el contestador con un mensaje en la friolera de cuatro idiomas: alemán, español y dos más que no pude identificar.
Tras la marcha del último cliente lo intenté una vez más, con el mismo resultado. Esperé veinte minutos antes de ir a interrumpir la tranquila soledad de mi tía.
A las ocho en punto me decidí y llamé a su despacho al tiempo que abría la puerta. Los papeles estaban desparramados sobre su mesa y ella ensimismada. Sus gafas de carey balanceándose entre los dedos de su mano izquierda; en la derecha, un bolígrafo. Torció el gesto.
—¡Ah! Sí, vete, gracias... hasta mañana.
—En casa del señor Lang no hay nadie —dije.
—Ya... déjalo. Mañana volveremos a intentarlo —respon­dió. Mañana pide hora a la consulta de Gemma; di que quiero ir a hablar con ella porque posiblemente tendrá que intervenir en un asunto —añadió.
Al irme eché un vistazo al colosal centro de rosas.
Un sujeto que cuatro días antes no tenía ni para pagar la consulta, que la había plantado, pero que le mandaba los papeles acompañados de un ramo de categoría... así, de buenas a primeras ¡Menudo veterano!
Ignoraba yo por aquel entonces que tendríamos Ernst Lang en dosis masivas y para una buena temporada.

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MAL NEGOCIO


Un joven pintor, de espíritu despreocupado y bohemio, perteneciente a una familia de clase media, acepta temporalmente y por motivos de mera supervivencia económica el empleo de asistente en el bufete de su tía, doña Mercedes Jiménez, persona introvertida y de talante conservador.

La irrupción de un nuevo cliente, Ernst Lang, un alemán de edad madura, cargado de deudas y con una problemática un tanto peculiar, alterará hasta un extremo insospechado el ritmo ordenado y metódico del despacho y la vida rutinaria de sus miembros.

Mal negocio retrata, en tono ligeramente festivo, el persistente poder de los rasgos del propio carácter en la construcción del drama de la propia vida.

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